Dimitri es un curioso empedernido que ama comprender cómo funciona el mundo, especialmente disfruta descubrir como funcionan las cosas que no puede ver, al menos no a simple vista; así que es muy común encontrarlo con el ojo pegado a una lupa, un microscopio u observando a través de un matraz los cambios por los que atraviesa alguna nueva sustancia que se le ha ocurrido mezclar con «nuevos ingredientes» Gracias a esa curiosidad, a través de los años los científicos han logrado ir descubriendo cómo se componen las cosas, de dónde vienen ciertos elementos, cómo podemos utilizar cada material que nos rodea y cómo mejorar nuestra calidad de vida mejorando incluso nuestra alimentación o cuidado de la salud. Dimitri opina que el mundo entero es un enorme laboratorio donde todo esta dispuesto para experimentar; y rara vez se queda con las ganas de probar y descubrir nuevas y magníficas formas de utilizar algo, de comprender algo o de crear algo. Claro, no siempre todo lo sale bien, y en ocasiones ha llegado a ocasionar más de un pequeño desastre… pero incluso esos pequeños desastres le ofrecen la oportunidad de averiguar cómo solucionarlo y mejorar las cosas; así que al final, siempre vale la pena el esfuerzo que lo lleva a un nuevo conocimiento.
Supongo que en mi caso esto de la curiosidad venía implícito en el nombre; y a pesar de que en mi época era muy difícil destacar en la ciencia (y prácticamente en todo lo demás) no hubo opinión alguna que me detuviera.
Y lo que pasa es, que cuando los demás hablan, lo que dicen es precisamente eso: una opinión; y hablan desde su perspectiva, su conocimiento, su entendimiento, su realidad… no la mía.
Lo maravilloso de la ciencia es que te permite establecer bases y puntos de opinión que van más allá de la simple percepción humana; nos permite ver las cosas a través de los mismo lentes, evitando dimes y diretes y concentrarnos en lo que queda, en lo real.
En ocasiones distinguir, determinar y comprender aquellas características que conforman lo que nos rodea puede ser complicado y peligroso, pero nunca ha dejado de valer la pena.
Yo pienso que incluso hoy, conociendo todas las propiedades de aquello que investigaba (si, las dañinas también), aún así lo habría seguido investigando; aunque probablemente con un poco más de protección… y claro, para poder encontrar cómo protegernos de esas propiedades, no quedaba más que continuar investigando… así es esto, todo por la ciencia y el conocimiento.
Es algo casi que primitiva esa necesidad de querer saber cómo están hechas las cosas; quizá te haya pasado alguna vez que al observar un teléfono, una televisión o una licuadora te da por pensar qué pasaría si la desarmaras, qué habría adentro y por supuesto… si lograrías volver a poner todo en su lugar (lo que no es tan fácil como parece por cierto). Pero a veces, no basta con desarmar la licuadora para entenderla, de hecho, para personas como yo eso es solo el inicio, porque en ocasiones, después de desarmarlo todo y llegar a ese punto en el que uno creería que no hay nada más que desarmar, surge la duda de ¿y esto como está formado?... Y entonces comienza el verdadero viaje hacia el conocimiento y la exploración hacia aquello que no podemos ver y a duras penas imaginar.
Incluso en ese mundo invisible y microscópico hay cosas más sencillas y «visibles» que otras; a veces separar y descubrir que conforma cada cosa es sencillo y otras resulta muy complicado; incluso (una vez que se conoce este mundo pequeñito) es posible combinar y crear nuevas cosas a partir de aquellas pequeñas piezas… y esto es simplemente maravilloso, es como un gran set de mini Legos que jamás se termina y con infinitas posibilidades para la creación.
Una de las cosas que me fascinan de la ciencia es que siempre funciona como un gran trabajo en equipo; pero enorme, así como a una escala mundial y atemporal donde el pasado, el presente y el futuro siempre van de la mano.
Cada pequeño descubrimiento científico sienta las bases de uno nuevo, y así, uno tras otro se puede ir concretando el conocimiento verdadero (o un poco más acertado) acerca de lo que se investiga.
Hace años me tocó contribuir al conocimiento de estas pequeñísimas partículas que lo conforman todo, y en su momento, nuestros descubrimientos fueron de lo más avanzado; hoy en día hay nuevos conocimientos que van complementando lo aprendido anteriormente y que alcanzan una mayor profundidad apoyados también en los avances tecnológicos.
El mundo «invisible» ha sido difícil de descifrar, y aún hoy puede ser difícil de comprender puesto que no siguen precisamente nuestras «leyes de la naturaleza» y hay que pensar creativamente para comprenderlo; aún así, intentar comprender su existencia y funcionamiento ha resultado ser bastante entretenido para muchos de nosotros, y gracias a eso, hoy se puede dar un mejor uso a cada elemento que existe en el planeta (hasta hoy).
Yo estoy seguro de que a estas alturas ya habrás notado que nuestra condición humana nos lleva a siempre querer buscar una explicación a todo (algunas veces con teorías que nos llevan a buenos resultados ;otras, con ideas algo descabelladas): pero no se si también te has dado cuenta de otro pequeño detalle… solemos tener la necesidad de ordenar, acomodar o categorizar todo lo que conocemos.
Básicamente al parecer nos gusta hacer grupos (con gente, con objetos, con la naturaleza, con todo); y bueno, a veces resulta muy sencillo, pero otras llega a tomar años hasta que a alguien se le prende el foco y encuentra ese pequeño «algo» que nos permite finalmente crear grupos con aquello que se pensaba imposible de categorizar.
Así fue como hice mi nombre inolvidable, después de años de ideas que no daban en el clavo, logré encontrar una forma de acomodar y agrupar los elementos existentes en la naturaleza, no solo los descubiertos hasta el momento, sino que también cabía la posibilidad de incorporar los que se descubrieran después.
Años después con algunos avances científicos mi acomodo sufrió unos pequeños reacomodos; pero aún así, mi idea logró lo que nadie había logrado hasta el momento y sigue siendo clave al día de hoy.
La vida suele ponernos a todos en situaciones donde debemos probar de qué estamos hechos; constantemente nos lleva a límite y nos exige demostrarnos a nosotros mismos y a los demás de lo que somos capaces.
Afortunadamente, también suele dotarnos de herramientas, ingenio y (lo mejor de todo) amigos, familia o personas listas para apoyarnos mutuamente en el proceso.
Y si bien las situaciones difíciles no suelen resultarnos las más divertidas ni andamos por ahí esperándolas con muchas ansias, la verdad es que al salir victoriosos de ellas no solo nos sentimos más sabios, grandes y mejores… sino que también nos permiten descubrir el tipo de relación que nos une a los demás.
Gracias a las pruebas de la vida podemos saber si los lazos que nos unen a los demás son frágiles y temporales o sólidos y permanentes.
Lo mismo pasa con todo lo que nos rodea; al parecer no solo los seres humanos tenemos esa necesidad de relacionarnos, sino que todo lo que nos rodea, desde su más pequeñito nivel molecular, se pasa el tiempo interactuando con todo lo demás. Por supuesto, no todas las relaciones son positivas, a veces pueden obtenerse resultados bastante catastróficos, algunas otras pasan inadvertidas y otras, no solo son positivas, sino fuertes y duraderas.
Es muy común que se piense que ponerse a mezclar sustancias es en realidad un juego de niños curiosos; sin embargo, como todo en esta vida, la simplicidad o complejidad de lo que pueda pasar al mezclarlas, dependerá por completo de las características individuales de cada una de ellas.
En ocasiones, quizá podamos observar un simple cambio de color, en otras, una gran explosión… pero en mi caso, ocurrió una completa disociación de «mis personas», y créanme, eso no resultó ser divertido en absoluto.
Al final, como siempre y como en todo, resulta de suma importancia el conocer las características individuales que cada sustancia a combinar posee, para así poder determinar apropiadamente el tipo de reacción que se producirá y así poder estar preparados.
Y así como conmigo, en ocasiones es una simple gota la que colma el vaso y saca a relucir lo peor de cada agente involucrado; así que es bueno conocer los límites, pero es mucho mejor aprender a respetarlos.
Una vida en equilibrio, un balance entre lo que tenemos y lo que se obtiene, es siempre la manera más segura, confiable y armónica con la que podemos relacionarnos con todo lo que nos rodea… y disfrutarlo sin morir en el intento.
Mi marido fue un gran científico cuyos descubrimientos tuvieron un importante impacto en la comunidad científica, pero mucho más en la vida cotidiana.
Como era natural en muchos de estos casos, yo me convertí en su asistente (muy buena e indispensable por cierto) y tuve la oportunidad de vivir en carne propia la diferencia en la calidad de vida de las personas que gracias a los descubrimientos de mi marido mejoraron visiblemente su salud y alimentación.
Aquello de la «generación espontánea» era muy popular en nuestros días, y la investigación que llevamos a cabo demostró la existencia de pequeños organismos (taaaaan pequeños que son microscópicos) con el potencial de dañar y enfermar, o bien de mejorar y curar; solo era necesario conocerlos y saberlos tratar para captar la diferencia y aprovecharlos al máximo.
Lo que más disfruto de nuestro trabajo es la facilidad con que sus descubrimientos se incorporan a la vida diaria de las personas y provocan cambios benéficos; como por ejemplo el mejorar la higiene y salud general o incluso el poder preparar no solo deliciosos platillos, sino el facilitar una conservación más duradera de los mismos.
«La ciencia no conoce país porque el conocimiento pertenece a la humanidad» Louis Pasteur
Yo considero que eso del equilibrio y el balance es definitivamente algo de lo más importante en todos los aspectos de nuestra vida; como dirían en mi pueblo “Ni tanto que queme al santo, ni tanto que no lo alumbre”.
Y aunque es un concepto muy conocido y aceptado por todos, a veces no es tan sencillo de alcanzar; sobretodo cuando no se cuenta con una medida estándar, una guía o algo que nos ayude a decidir qué tanto nos estamos alejando (hacia cualquier extremo) de ese equilibrio maravilloso.
Las guías nos resultan necesarias puesto que si dejamos todo a la opinión o la percepción personal, acabaríamos teniendo tantas opciones que no sabríamos cuál es “la correcta”; así que digamos por ejemplo que te tomas el jugo de un limón, y de acuerdo a tu opinión este te parece ácido pero tolerable; sin embargo, una segunda persona se toma el mismo jugo de limón y opina que es extremadamente ácido y acaba retorciéndose por completo ante la sensación de ese desagradable sabor… ¿quién tiene la razón? ¿es tolerable? ¿o está horrible?. Bueno, científicamente hablando, si es ácido, lo suficiente para resultar desagradable, pero aún así algunos lo disfrutamos mucho.
Pero en sabores y comida no es el único lugar donde nos puede ayudar saber que tan ácida o alcalina es una sustancia, o qué tanto se aleja de esa neutralidad (o equilibrio); también aplica para el cuerpo humano y la salud, el medio ambiente y muchas cosas más.
¿Y cómo sabemos hacia donde se inclina cada cosa? ¿Quién determina qué tan ácido o alcalino es algo?... Bueno, yo… Ok, no, en realidad la química, pero fui yo quien descubrió una forma de medirlo y representarlo para que fuera tan simple como observar los colores de una simple gota.
Muchas veces creemos que los avances científicos y tecnológicos suceden como por arte de magia de un momento a otro; sin embargo, la mayoría de las veces son años de trabajo e investigación que en conjunto con los pequeños (o grandes) avances de otros logran hacer la diferencia. En ocasiones, como en mi caso, incluso las tradiciones milenarias vistas y combinadas con la perspectiva y conocimiento actual, pueden hacer una enorme diferencia.